sábado, 26 de noviembre de 2011

Edelberto Torres-Rivas, un sociólogo de casta, por Edgar Gutiérrez




Comentarios en la presentación de “Revoluciones sin cambios revolucionarios”
Auditorio “Luis Cardoza y Aragón”. Embajada de México en Guatemala
24 noviembre de 2011


Creí que, al igual que las revoluciones políticas, las interpretaciones globales sobre las marcha de las sociedades habían llegado a su fin. Creí que teníamos que seguir conformándonos con visiones tecnocráticas, segmentadas por la clasificación artificial de las disciplinas y otras veces urgidas por las miradas superficialmente generalizadoras y las prioridades temáticas de las políticas de cooperación.

Edelberto Torres-Rivas ha desmentido mi creencia. No la de las revoluciones políticas, sí la de las interpretaciones integradas.  Por eso me parece que el primer mérito de este enorme esfuerzo intelectual, que constituye su libro “Revoluciones sin cambios revolucionarios”, es su lealtad a la sociología clásica, a las escuelas de diferente orientación que cultivaron con sorprendentes resultados desde el Siglo XIX ese escrutador abordaje integral de los procesos sociales. De ahí que publicar esta obra de alcance totalizador en este momento es la mejor noticia en las ciencias sociales de Centroamérica en mucho tiempo.

El segundo mérito que aprecio en su trabajo es el arte del método. Fiel a su formación académica, Edelberto renueva conceptos y hace aplicaciones precisas. En verdad realiza una “revolución” teórica-metodológica en la escuela marxista latinoamericana. Son esas aplicaciones conceptuales originales que le hacen a uno rememorar aportes teóricos perdurables como el de Mariátegui en sus “Siete ensayos de interpretación de la realidad peruana”.

Con exacto equilibrio socio antropológico introduce en el análisis histórico el peso del racismo en las relaciones sociales, económicas y políticas aumentando el poder explicativo del modelo de dominio oligárquico. Hay otras incursiones que apenas quedan insinuadas con notable pertinencia, como la aplicación del enfoque psicosocial en la violencia política.

Es relevante, además, la explicación sociológica del actor político “pueblo”, su conformación abigarrada, las fuentes disímiles de su base material y su coincidencia en el reclamo callejero, en las protestas en contra de un régimen injusto. Ese “pueblo”, esas masas en rebelión, podrían ser reconocidas por su furia y energía en los actuales movimientos de los “indignados” en Europa y los Estados Unidos, aunque no en Centroamérica, aún.

La propuesta de abordaje de las “clases medias” rompe un viejo esquema marxista. Las clases medias como clase a medias, o mejor dicho, como una clase esquizofrénica a veces, bifurcada siempre entre dominantes y dominados, y, sin embargo, tan estratégica por la libertad de conciencia que adquiere por su aprecio a la educación, un capital que “arrancan” al capital, antes, mediante la redistribución fiscal del Estado, ahora como premio “competitivo” del mercado. Como sea, resultan ser los cuadros medios eficaces del sistema, sea como burócratas, técnicos, educadores e intelectuales, pero también, por lo mismo, quienes dinamizan, revolucionan y equilibran la relación con las clases subalternas.

Y quiero decir, por otro lado, que me han sorprendido muy favorablemente dos capítulos que para mí eran inéditos en el análisis sistemático y diacrónico en el que Edelberto me educó desde mis primeros años en la Universidad, en 1980. La síntesis y capacidad explicativa que él logra sobre el fenómeno de la violencia en Centroamérica, no lo había yo encontrado hasta ahora. Por mis antecedentes en el REMHI sigo recorriendo buena parte de la literatura sobre el fenómeno y puedo asegurar que aquí, en este libro, se encuentra un aporte teórico original y sustantivo. Es la semilla para el desarrollo de una escuela de análisis sobre violencia política en Centroamérica.

El otro capítulo que despertó mi asombro es el que analiza las estrategias militares de los revolucionarios y los ejércitos oficiales durante las guerras civiles. Encuentro ahí también una mirada globalizadora fresca y crítica desde una postura impersonal; aunque percibí una cierta incomodidad. Aquella de quien revisa hechos relativamente recientes en periodos en que el propio autor formaba parte deliberante de un debate no sólo académico sino también muy político y cuya postura fue controversial para los revolucionarios.

Y es que, dadas esas circunstancias, el análisis de la guerra no se remite sólo a cálculos fríos. Significó, sobre todo, el sacrificio de personas con quiénes compartimos el escritorio en la escuela, el noviazgo a hurtadillas y los irreductibles sueños de la adolescencia. Nuestros hermanos, los fantasmas entrañables que ocupan la silla de al lado en este auditorio. Por supuesto que el científico no escapa a la emoción y al dolor, aunque eso, al final, no empañe el razonamiento ni las conclusiones.

Ahora permítanme referirme muy brevemente a la organización, contenidos e ideas centrales que Edelberto nos propone en “Revoluciones sin cambios revolucionarios”.

Para empezar el título me despierta contrariedad. A mi entender no puede haber “Revoluciones sin cambios revolucionarios”, a menos que hayan sido intentos de revoluciones o proyectos revolucionarios francamente fallidos, regresivos, hasta el punto de una caída en el agujero oscurantista. Sabemos el costo humano y moral que ha tenido el desarrollo –o quizá es más justo calificarlo como el sostén del subdesarrollo como ventaja rentista- en nuestros países, y lo que representó esa pretensión de los dirigentes revolucionarios de “asaltar el cielo”, y la brutalidad infame con la cual ésta fue respondida.

Pero quizá, como diría Weber, hay buenas intenciones que resultan en graves tragedias y  pretensiones malévolas que inusitadamente acaban siendo obras progresistas.  Los revolucionarios fracasaron, pero contribuyeron a desatar dinámicas que no estaban previstas de manera explícita. La emergencia de una intelectualidad y de una pequeña burguesía comercial indígena sin precedentes en 200 años, no estuvo en el cálculo de nadie hace medio siglo. Desde el punto de vista estrictamente político, puede ser que 25 años de democracia condensen una pequeña revolución en Centroamérica, tras dos siglos de autoritarismo y dictaduras. Nuestra historia la hemos medido así: los 30 años del régimen unipersonal de fulano, la dictadura de los 20 años de zutano o los 14 años de régimen de terror de mengano.

Los primeros capítulos del libro, “Las raíces coloniales del poder oligárquico” y “Modernización sin democratización: revolución o revuelta”, a mi parecer, alcanzan grados de excelencia y enorme lucidez. Si a finales de este Siglo se quiere explicar con profundidad y arte la historia centroamericana, un compilador juicioso deberá negociar con los herederos de Edelberto y con F&G Editores los derechos de autor de este libro. Esos capítulos son pasajes indispensables en la antología latinoamericana.

El capítulo que encuentro cual tono ligeramente agudo en un pentagrama de excelencia, es el número 5, que se titula “Las cosechas de la revolución”. Como acostumbro iniciar los libros por el índice, me hice la expectativa de que ahí iba a encontrar una suerte de gran conclusión, las claves o lecciones por aprender de este azaroso periodo. La misma impresión tuve con el epílogo, “El adiós, una nueva época para Centroamérica”.

Esos capítulos del libro bajan la impecable narración analítica a un resumen más bien descriptivo (muy bien relatado, claro está) de la historia de los países y las negociaciones de paz. Por tanto, dejan la obra abierta y a Edelberto con la tarea de una segunda edición que nos comparta sus conclusiones. Entiendo que es temprano para realizar balances y osar proyecciones de futuro. En eso los analistas casi siempre nos equivocamos.

Por último debo confesar que desde que empecé la lectura por el Prefacio, identifiqué una idea central: “La revolución en Centroamérica era necesaria con la misma fuerza por la cual era inviable.” Busqué en cada página la sustentación de la tesis, pero no la encontré. Ciertamente hay observaciones sobre estrategias limitadas, pérdida del sentido global del proyecto, unilateralidad en los enfoques, déficit de conocimiento de la sociedad, fallas de percepción del clima social y desprecio por las alianzas. Si entiendo que el tipo de revolución propuesto –sus reivindicaciones, alianzas y vías- era inviable, estoy de acuerdo, se hizo inviable, no como destino manifiesto. Pero la revolución entendida como aceleración de la evolución social, para que la gente sea más feliz en libertad y con bienestar, es decir, respeto y dignidad, independiente de las formas que adquiera, sigue siendo necesaria, con la misma fuerza con la cual deberíamos de hacerla viable.

Empecé diciendo: creí que el ciclo de 200 años de revoluciones políticas (1789-1989) había terminado, igual que pensé que las grandes interpretaciones de la sociedad ya no existían. Edelberto, el sociólogo más importante que ha tenido Centroamérica, me desmiente sobre esto último. Ahora solo espero que la realidad borre mi incredulidad sobre la capacidad de los hombres y mujeres contemporáneas de revolucionar la sociedad aprendiendo las lecciones de la historia, con esa misma mirada honesta y luminosa que Edelberto generosamente nos comparte.

Como digo, un sociólogo de casta me desmiente. Espero políticos de casta para disfrutar un segundo desmentido.

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