viernes, 26 de julio de 2013

La primavera del libro en Guatemala, por Carlos López, Premio Nacional de Literatura Miguel Ángel Asturias

(Discurso pronunciado por el autor en la inauguración de la X Feria Internacional del Libro en Guatemala)

Carlos López Barrios, Premio Nacional de Literatura "Miguel Ángel Asturias", al momento de leer su discurso en la inauguación de la X Feria Internacional del Libro en Guatemala.


La palabra feria en su origen alude a días festivos, así que su sonoridad despierta en quien la oye una invitación a la fiesta y al gozo. Cuando la feria se une al libro, el convite se intensifica. Esta posibilidad de encuentro entre el libro y sus lectores no es nueva; empezó en Europa en el siglo xv, cuando se establecieron muchos negocios de impresores y libreros y se incrementaron los lectores y la necesidad de adquirir conocimiento a través de los libros. La idea de encontrar cultura e intercambio de saberes ya no se detuvo nunca y las ferias se extendieron a varios continentes. Viejas ferias como las de Frankfurt y Leipzig resguardan una fuerza y tenacidad admirables y han dado enseñanzas a muchas de las ferias que se construyeron después.

Las ferias tienen un elemento opuesto a las bibliotecas, el comercio; esto les da un cariz muy diferente en su visión respecto al libro. En varias ferias el libro no tiene en alta escala la importancia de ser un objeto que rebasa la materialidad. El libro se ofrece en un mercado más próximo en donde el buscador entra en una fiesta atractiva pero confusa. En las ferias hay un despliegue tal de opciones que el lector tiene que ser muy astuto para no gastar sus a veces exiguos recursos económicos en las primeras ofertas. La biblioteca es orden y la feria es caos. En las ferias hay una sugerencia de paseo y en el recorrido los libros lanzan anzuelos que el lector acepta o resiste, según sus intereses. La feria tiene características favorables y desfavorables. Su diversidad es tentadora, pero selvática y agobiante; los ojos se sacian muy rápido de portadas y contraportadas y de interminables títulos. Esto para algunos puede parecer un paraíso que se ofrece como un banquete infinito, pero el trabajo para el lector es mucho, encontrar el libro que busca a un buen precio puede ser una odisea. La ventaja es que las ferias, en su condición de fiesta, pueden atraer nuevos lectores. Muchos jóvenes se acercan llenos de curiosidad a ese mundo todavía no explorado del todo. Las ferias estimulan otros aspectos no tan comunes en el encuentro con los libros: el diálogo con escritores, la charla con otros lectores, el conocimiento de editoriales independientes, el feliz azar de hallar inesperados libros, la oportunidad de escuchar recitales poéticos o conferencias. Muchas ferias dedican sus emisiones a un país o tema específicos y esto acerca literaturas desconocidas y las comparte a lectores interesados. 

En esta décima Feria Internacional del Libro de Guatemala se rinde homenaje a la mujer. Llama la atención que no sea a la escritora, sino a la mujer en general, lo que honra a quienes decidieron que así fuera. En este sentido, quiero llamar la atención sobre algunos de los problemas graves que todavía enfrentan las mujeres guatemaltecas y que son un agravio para el país: el femicidio, el irrespeto a los derechos laborales de las que con suerte encuentran trabajo en la economía formal, las condiciones infrahumanas de las jornaleras del campo, la escasa legislación para las trabajadoras domésticas, el acceso restringido o prohibido a los servicios de salud para ellas. Muchas mujeres fueron mutiladas, asesinadas o perseguidas por los regímenes genocidas que padeció Guatemala desde la colonia hasta tiempos recientes. La dictadura no toleró la lucha libertaria de estas mártires. ¿Cuántas escritoras anónimas fueron truncadas en su vocación por anteponer la defensa de la patria a su alto oficio? ¿Cuántas no pueden desarrollar el dictado de su espíritu por no tener las condiciones materiales mínimas que les permitan su desarrollo intelectual? En estos días, muchas mujeres y sus familias fueron desalojadas de su lugar de origen para facilitar la invasión de empresas mineras que no se contentan con saquear las entrañas de la tierra en sus países y andan haciendo enclaves en naciones cuyos gobiernos dóciles a los dictados imperiales les sirven la soberanía nacional a la carta. En todos los frentes, se nota la presencia de las mujeres, que reivindican su derecho a un futuro mejor. En la cultura, en las letras, las artes plásticas, la música, la danza, contra viento y marea, contra el pensamiento conservador, machista, excluyente, paternalista ellas están presentes, creando, manteniendo la hacienda familiar, preservando la tradición, soñando, logrando el equilibrio del mundo. En días recientes, Guatemala vivió un episodio inolvidable con sus valientes mujeres ixiles que se enfrentaron a los poderes fácticos y a los que de manera formal ostenta el estado guatemalteco: dieron su testimonio y acusaron a sus asesinos. En un hecho inédito, una valiente y calificada juez, a la cabeza de un tribunal, sentenció a 80 años de prisión a José Efraín Ríos Montt, por delitos contra la humanidad y genocidio. Un tribunal incompetente compuesto sólo por hombres se encargó de absolver al genocida y con ello dio al traste con el prestigio internacional que Guatemala se ganó con la condena legal aunque injusta contra Ríos Montt. No sólo eso, la afrenta contra el sentido común y las trampas legaloides que se inventaron los magistrados hacen retroceder la civilización al tiempo de las cavernas.

Pero volvamos al asunto de los libros y la feria. Quizás el principal defecto de la industria editorial es la imposición de la novedad. Las editoriales están obligadas a mostrar sus publicaciones recientes; con esa premisa, hay una competencia desaforada. Muchas ferias alientan el comercio fácil, la sobreproducción de libros, el ensalzamiento de autores de mediana calidad, el culto a la personalidad más que al trabajo literario. Desde 1935, José Ortega y Gasset consideró que había muchos libros: «Hay ya demasiados libros. Aun reduciendo sobremanera el número de temas a que cada hombre dedica su atención, la cantidad de libros que necesita ingerir es tan enorme que rebosa los límites de su tiempo y de su capacidad de asimilación. La mera orientación en la bibliografía de un asunto representa hoy para cada autor un esfuerzo considerable que gasta en pura pérdida. Pero una vez hecho este esfuerzo se encuentra con que no puede leer todo lo que debería leer. Esto lo lleva a leer de prisa, a leer mal y, además, lo deja con una impresión de impotencia y fracaso; a la postre, de escepticismo hacia su propia obra».

Es importante resaltar los objetivos del libro y el principal es que encuentre a su lector y el arte, que la reflexión y el gozo se despierten. Las ferias, los editores deben tamizar su mercado y elevar la calidad de lo que ofrecen. Parece que uno de los enemigos más insidiosos en estos días son los libros de autoayuda y los best sellers que están en todas partes, al frente de libros mucho más significativos y trabajados. Hemos olvidado que los libros exploran la experiencia de la vida sin obviedades y sin lecciones visibles, sin moralina. Margarite Duras lo expresó así en Escribir: «Sigue habiendo generaciones muertas que hacen libros pudibundos. Incluso jóvenes: libros “encantadores”, sin pozo alguno, sin noche. Sin silencio. Dicho de otro modo: sin auténtico autor». Si bien es necesario el libro como mercancía, porque eso genera recursos para los autores y los editores, un libro debe conservar su condición de refugio que alberga entre sus páginas imaginación, inteligencia, sueños, misterio, metáfora, elaboración de la experiencia. Hoy en día, como escribió Ortega y Gasset, «no sólo hay demasiados libros, sino que constantemente se producen en abundancia torrencial. Muchos de ellos son inútiles o estúpidos, constituyendo su presencia y conservación un lastre más para la humanidad, que va de sobra encorvada bajo sus otras cargas».

Estamos en tiempos en que la publicación de libros rebasa a los lectores; mucha gente siente una especial importancia por publicar un libro, así sea un manual de términos elementales. Publicar un libro da prestigio en los ámbitos académicos y sociales y envuelve al autor en una suerte de aura, pero hace mucha falta reflexión y crítica respecto a los muchos libros y a los muchos autores. El exceso de libros va en detrimento de la lectura, que de por sí ya está lastimada. Las personas en las ciudades tienen poco tiempo para entregarse a la lectura atenta, sobre todo por la gran cantidad de distractores que reclaman su atención. La atención en nuestros días está atrofiada por los gadgets y los sistemas de entretenimiento. Habituados a lo inmediato, a la velocidad de los mensajes cibernéticos, queda poca energía para bajar el ritmo y emprender una lectura activa que nos enfrente a la exigencia de comprender y reflexionar. Hace casi 80 años, Ortega y Gasset escribió: «La comodidad de poder recibir con poco o con ningún esfuerzo innumerables ideas almacenadas en los libros y periódicos, va acostumbrando ya al hombre medio a no pensar por su cuenta y a no repensar lo que lee, única manera de hacerlo verdaderamente suyo». El vértigo de la lucha por la sobrevivencia muchas veces determina los gustos lectores. Si a esto sumamos los bajos ingresos que perciben los trabajadores, que de por sí tienen limitado su derecho a la lectura, para poder adquirir un libro el panorama se vuelve aún más sombrío.

Sin embargo, hay esperanza. José Vasconcelos decía: «Sin exposiciones, sin ferias de libros, sin inquietudes intelectuales, sin vivencia espiritual una capital no puede llamarse culta». Y es verdad. Las ferias siguen siendo fiestas de la palabra y cada vez se celebran más ferias en pueblos o pequeñas ciudades. La idea de acercar los libros a posibles lectores sigue siendo una labor que no debe perderse. Aparte de las ferias institucionales, ahora hay muchas ferias independientes en donde los libreros se unen para ofrecer sus publicaciones. Hay algo que no puede medirse y está bien que así sea, no sabemos si entre esa selva de pronto alguien halla su libro y lo hace suyo y transforma su vida. Por ese encuentro que seguramente sucede, vale la pena intentar que se dé el encuentro y que perviva la pasión por la lectura.

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