martes, 17 de abril de 2012

“Tikal Futura. Memorias para un futuro incierto (novelita futurista)”, Franz Galich, fragmento

http://www.fygeditores.com/FGTF9789993984009.htm 


I

El color Coca-Cola invadía toda la Ciudad de Abajo.
Desde la altura de la aeropista, el Apocalíptico ob­servó la Ciudad de Abajo. La persistencia del color Coca-Cola lucía invariable: el sol al filtrarse por el humo de las fábricas y de los anticuados carros producía el tan afamado color. Las barriadas, la gentuza..., pensaba, pero los terminaremos de meter en cintura. Por de pron­to, si no trabajan como lo necesitamos, no comen. Desde abajo unos ojitos rojizos lo observaban: eran las ratas de las alcantarillas que empezaban a salir. Otros ojos tam­bién lo observaban con no disimulada hostilidad: era un paracaidista, nombre que los de la Ciudad de Arriba da­ban a los de la Ciudad de Abajo.
El Apocalíptico sin inmutarse pensaba en el proyec­to, mismo que a no dudarlo sería todo un éxito: propor­cio­nar a los grandes empresarios del supermundo luga­res don­de poder vivir en contacto con la naturaleza, puesto que en sus países eso resultaba ya totalmente imposible.
La industrialización había acabado con casi todo vestigio de vida natural. Las pocas zonas que aún exis­tían estaban ocupadas por las oficinas del poder central y los más ricos. Éstos se habían multiplicado aritmé­ticamente, mientras los descartables lo hacían geométri­camente. Viéndolo bien ese era el obstáculo único que podría hacer fracasar el proyecto.
Antes de subirse a su automóvil echó otra mirada sobre Ciudad de Abajo, después alzó la vista y vio parte de la mole de la Ciudad de Arriba: los mosaicos color jade brillaban, contrastando con el color café espejo de los gigantescos ventanales. Vio las aeropistas que salían de las enormes puertas hidráulicas de la ciudadela y suspiró: el proyecto será un éxito, a no dudarlo. Subió al coche, lo programó para dirigirse a los Jardines de Jadeita y le dio la orden de partir. Aceleró y partió sin dejar rastro de contaminación de humo ni ruido.
En la Ciudad de Abajo la gente se movía como ratas en jaula: buscaban cómo regresar a sus casas metiéndose en destartalados buses del año 2025, que supuestamente serían la última generación de hidrocarburo, pero no, ya habían pasado muchos años y los seguían usando. O si no, otros buscaban los trenes subterráneos que se movían a base de electricidad producida con petróleo. Se había dicho que este medio energético sería sustituido por otro menos contaminante, pero como estaban las cosas en el mundo financiero internacional, era algo to­talmente improbable: varios de los más poderosos países de la industria petrolera se negaban a dejar de explotar­lo. ¡Qué irónico!, pensaba el Apocalíptico: los otrora poderosos países petroleros dejaron de serlo de la no­che a la mañana. Errores en los cálculos de las reservas y extrañas transformaciones en los mantos geo­lógicos hi­cieron que las reservas desaparecieran antes de lo cal­culado.
A eso debían agregarse las últimas guerras hidro­carbúricas que habían asolado esos países durante cin­cuen­ta años consecutivos. “Para acabar de una vez por todas con el principal agente contaminante”, se dijo. No fueron guerras mundiales, pues el mundo no se metió casi. Para ello existía, desde hacía muchos años, un ejército multi­nacional de emigrados anónimos; además, las armas casi no ne­cesitaban gente que las manejara. Los señores y se­ñoras, los niños y las niñas de los gran­des centros de las ciudades de arriba, vieron la guerra desde sus moder­nos microvideoteléfonos o en las pan­tallas gigantes que estaban instaladas en puntos estra­tégicos. Nada de muer­tos de sus países, sólo de los nuestros: ciudadanos de segunda clase que por méritos en combate podían as­cender. Pero la paradoja es que en los paisitos como el mío, se había encontrado petró­leo. En verdad, es que eso ya se sabía desde el siglo pasado y lo que en realidad pasaba era que se estaba tra­mando por todos los medios, de sacarle algún pro­ducto. Por eso la moratoria. Menos mal, porque en ese proceso fue que mi familia logró llegar a donde ha lle­gado. No fue como dijo la prensa mentirosa, rebelde y envidiosa: por soborno. ¡Qué va ser! Tratamos siempre de sacar los mayores y mejores beneficios para nuestro país. Logramos que se les diera empleo a miles de ciuda­da­nos roedores, como los bautizó la prensa extranjera. Por supuesto que nos opusimos a que les dijeran así. El salario lo pusieron los empresarios, pero una cosa son los bisneman y otra esa lacra de pe­riodistas. El honor de la gente estuvo a salvo. Pero bueno... el nuevo mega­proyecto ¡va!
El único pro­blema es cómo controlar a tantos ciuda­danos roedo­res que hay. No quieren trabajar, prefieren robarse y hasta asesinarse entre ellos. Una solución debe de existir. Será necesario hacer esfuerzos extraordinarios. Y lo más duro es que hay otros países que están dispues­tos, a de­sarrollar proyectos similares. Lo importante es que va­mos a la cabeza en estos asuntos, somos líderes regio­nales. Los empresarios nos prefieren porque tene­mos visión de futuro. Además nos interesa el medio ambien­te, aun­que siempre tenemos el problema del smog que pocas horas al día medio despeja el valle. El smog se queda en el valle de la Asunción. ¡Qué paradoja la de la Asunción!


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