Para nadie es un secreto que si de hacer equilibrios perfectos en el vértigo de las curvas de Saki se trata, que si de volver a ver desde la mirada de Jane Austen es el asunto, que si de ubicar los espacios que Louise May Alcott delineó entre los árboles se trata, que si de percibir el peso de los ritmos interiores va el asunto, muy bien podría postergarse la relectura de las páginas antologables de ellas y de él… para renovar la capacidad de sorprenderse en el azogue de las propuestas literarias justicieras de Denise Phé-Funchal, a quien por supuesto la crítica de libros al uso aún no coloca en la misma ventana que abrieron Alcott, Austen y sobre todo Saki, pero ya lo hará, sí que lo hará, sin que Denise tenga la menor necesidad de acudir al recurso del agente literario ni a las ofertas de fin de año ni a ningún tipo de secretos extemporáneos.
A su escritura los remito.
A Las flores, su primera novela, por ejemplo, o a Buenas costumbres, su primer libro de ¿cuentos?, su primer libro de piezas maestras para ser exactos, obras sinuosas como un alargado vaso de Absolut cayéndosele de las manos a Truman Capote mientras mira caminar a Marilyn Monroe por un muelle a esa hora insondable en que la noche ha llegado o ha llegado el amanecer, da lo mismo.
En la escritura de Denise alguien grita milagro y se deslava la conciencia,
en espacios sin ángeles ni cielos sólo existe el regreso infinito,
la única libertad es alejarse unas ruedas de mamá,
alguien te dice al oído acá no,
debajo de la nostalgia hay temor,
ayer es siempre tu cumpleaños,
la noche desborda las ventanas,
¿qué están haciendo ahí unos pescadores calificados de asesinos de angustias?,
un nuevo colibrí cuelga en el centro,
la saliva tiene colores,
ya encontrarás el cebo perfecto,
increíble pero cierto: la guía telefónica te sonríe aunque Dorothy Parker jamás te lo creería,
en palabras no pronunciadas el ansia es rígida,
la eternidad de los insectos se hace la loca,
entre cortes y recortes una flor quiere salir sin tu permiso,
la belleza debe ser moldeada por un jardinero o si dios con d baja nos bendice las semillas crecerán para ser jardineros,
hay voces deshidratadas entre el polvo sublevado,
en sábados eternos te conviertes en la compañera perfecta,
la representación aún no termina,
no hay que dudar de las buenas voluntades mucho menos de las buenas costumbres, que para eso están: para volver a los acantilados sin dejar huella, para reconfirmar que debes ser bella y arrancarte los vellos de la discordia pues la mirada del revendedor de carne mustia está a punto de sondear tu falda y qué tal si también te sondea la bragueta,
igual que a Fernando Pessoa más te vale confiar en la matemática de los helados,
¿a poco no te habías dado cuenta de que el alma está compuesta de uñas?,
mejor guarda tus recuerdos en una caja de galletas sin fecha de caducidad, cúbrelos con recortes de periódico o dibujos o calcomanías, sobre todo con manías, la madre de familia, el padre de familia diciendo acá no, el tiro en la sien,
bienvenidos al museo de las buenas costumbres, que para eso están las costumbres, los museos y quienes los visitan.
En pocas palabras y sin ningún secreto de por medio, bastará decir su insondable nombre para recordarle al mundo que la sutileza aún existe, que la condiscípula (no la discípula) más actualizada de Saki se llama Denise y que sus musicalidades suenan a Nathalie Merchant y Amy Winehouse, a Adele y Annie Lennox.
A su escritura los remito.
JL Perdomo Orellana
No hay comentarios:
Publicar un comentario