Tengo la maldita costumbre de que cada vez que un libro de cuentos cae en mis manos comienzo a leerlos sin seguir el orden establecido por el autor, o quizás el editor, quienes siempre tienen la mala costumbre de incursionar en la imaginación de quien escribe los libros.
Eso me pasó con Buenas costumbres, un pequeño libro de relatos cortos escrito por Denise Phé-Funchal (F&G Editores), que recién ha visto la luz del día, o quizá de las farolas citadinas de esta población cada vez más oscura, donde hay muchos que tienen la mala costumbre de asesinar y de robar a quien se les pone enfrente.
Dejando de lado la permanente costumbre de dar un rodeo para entrar de lleno en el fondo de las cosas que uno quiere explicar, debo decir que el librito me sorprendió. Se trata de unos textos que a veces tienen matices surrealistas, y que hacen juego con la realidad a la que nos vemos sometidos todos los días en este país lleno de
contradicciones.
Todo indica que, en el fondo, lo que se representa en estos cuentos es una respuesta irónica a nuestra sociedad, en la que el sarcasmo es la mejor respuesta ante tanta exigencia hipócrita.
Son 18 narraciones que pasan por la manera en que algunas personas doblegan las voluntades infantiles para tener el sustento diario, o de la imposición cotidiana de la madre hacia su hija sobre cómo debe comportarse para tener éxito en la vida. En el primer caso, en el relato Rueda se expone con singular maestría cómo una madre (¿desnaturalizada?) entra en componendas con la dueña de una silla de ruedas para obligar a un pequeño a pedir
limosnas.
En Buenas costumbres se refiere a cómo la madre recomienda a su hija cierto comportamiento para casarse con un hombre exitoso que le debía poner sirvienta, casa propia, un hijo, un perro y una vajilla. Ni lo uno, ni lo otro; en su necesidad de profesional graduada la hija mejor se decide por hacer una fila de hombres, hasta que tiene que esperar durante nueve meses el resultado de sus aventuras.
Y, no faltaba más, el cierre de la obra es con el relato Costumbre II, en el cual la autora (se supone) alude a su propio epitafio, sin dejar de utilizar la ironía que caracteriza al contenido de este libro sin fin, el cual puede ser leído una y otra vez hasta encontrar la esencia de su prédica y protesta.
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